
Después de varios años saliendo en la Behobia-San Sebastian, unas 7 veces, en 2007 hice mi mejor marca hasta la fecha: 1:22. Contento, tampoco había entrenado mucho, tres días a la semana: una de 12km, otra de series de 1000 y una tirada más larga de 16km. Pero había bajado en 5 minutos mi tiempo anterior. Fue unas semanas después cuando, animando a los valientes que se atrevieron con la maratón de Donostia, me dije: “el año que viene vas a estar entre ellos”. Era el km30, cuando a la gente sólo le quedan unas gotas en el depósito, cuando ves que unos se paran y van andando porque tienen calambres, cuando un grito de ánimo tuyo les hace reaccionar y seguir hacia la meta. Te lo agradecen con la mirada, con el gesto. Algunos/as hasta bromean. Todos, absolutamente todos los que se atreven a desafiar los 42 kilómetros y 195 metros de la maratón, desde Gebreselassie hasta los que acaban en 6 horas son unos valientes. No obstante, sin (falsa)modestia, creo que los corredores populares tenemos mucho más merito por el mero hecho de preparar una carrera fuera del horario laboral y familiar. Pero salir a correr y sentir el placer de sentir el cuerpo y la mente en sintonía es una necesidad. Hay un dicho en euskera que resume a la perfección esta sensación: “Gustuko tokian aldaparik ez” (Cuando a uno le gusta algo no hay cuestas)
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