2011(e)ko azaroaren 21(a), astelehena

Crónica de una Behobia sofocante



Hoy es domingo, 13 de noviembre de 2011, el día señalado en rojo por 23.000 korrikalaris. Cada uno con sus objetivos: veteranos que siguen al pie del cañón, experimentados que van a mejorar su marca, debutantes cuyo objetivo es solo acabar, iniciados que quieren bajar de las dos horas y corredores disfrazados –cada año son menos-, para quienes la Behobia es, ante todo, una fiesta.




“Hego haize, ero haize” dice el refrán euskaldun. Y es que el viento sur no ha dejado de soplar en toda la noche. Me he despertado 3 o 4 veces con las ráfagas. Me levanto con la mosca detrás de la oreja. Me tomo un té y una tostada. No sé por qué, pero me da que hoy no va a ser un buen día para correr.  Y es que las previsiones anuncian calor para esta carrera multitudinaria en la que debuté con 23 años, y en la que ahora, con 42, sigo compitiendo. En total, más de 12 participaciones. Mi mejor tiempo fue hace dos años, cuando paré el reloj en 1:22. Casi siempre por debajo de 1:30. Casi siempre con lluvia y fresco, mi tiempo preferido. Hoy espero rondar el 1:25. No me obsesionan las marcas, simplemente los considero retos personales que me ayudan a motivarme. De hecho, llevo dos años saliendo en las carreras populares sin reloj ni pulsómetro, guiándome solo por las sensaciones, que, últimamente, son buenas: 39 minutos en el Cross de las Tres Playas en Donostia y 1:01 en la Clásica Pedestre también en la bella Easo. Creo que en el día a día ya vivimos demasiado pendientes del reloj y otras obligaciones como para que en nuestros hobbies también metamos un cronómetro.

Correr te da alas

Para mi el mero hecho de salir a correr constituye una filosofía de vida. Es una necesidad fisiológica. A veces pienso que la carrera a pie no es sino un acto instintivo del hombre de las cavernas que todos llevamos dentro. El acto instintivo de ir corriendo detrás de la presa a cazar.  Sea lo que fuere, siento la necesidad de correr por correr, sin una meta concreta, más allá de las pruebas en las que compitamos para automotivarnos y ponernos retos. El hecho es que cuando me calzo las zapatillas y empiezo a rodar, me siento libre, me libero de presiones exteriores, al tiempo que me otorga un tipo de paz interior y reflexión que mejora mi visión de la vida.

En el topo con olor a Reflex

Cojo el topo en Amara. El ambiente en el tren es otra de las cosas buenas de esta carrera. Si te toca de pie, qué le vamos a hacer. Tengo suerte y cojo un asiento. En el vagón huele a réflex, y uno puede oír varias animadas conversaciones a la vez, en euskera, català o castellano. Algunos comen barritas energéticas, otros plátanos, otros bebiendo Aquarius. Yo también bebo un poco de agua.
Llego con tiempo, una hora antes de la salida. Estoy un poco dormido, pero la megafonía, con música machacona me hace ir espabilando. Me llama gratamente la atención que además de en euskera y castellano, hablen también en català. Y es que 3.000 catalanes se han animado a correr la Behobia.

Homenaje a Cesar Elordui

Antes de la salida, un buen detalle del Club Fortuna: nos ponen un video de Cesar Elordui, el corredor fallecido el año pasado en la Behobia a falta de 100 metros para la meta. Al ver sus fotos me emociono, y sí, se me escapan unas lágrimas. Goian bego Cesar. Goirik baldin badago. La verdad es que algo así nos pueda pasar a cualquiera de nosotros. Además, Cesar era un corredor que se cuidaba mucho.
Salgo a las 11:00, con el dorsal verde. Paso el km 1 a 4:00, aflojo un poco. Por Irun voy bien. Ventas, también. He pasado el kilometro 5 en 21 minutos. El sol empieza a pegar. Voy a un ritmo cómodo, en torno a 4:15 el kilómetro. Sin embargo, al llegar a la gasolinera  antes de Gaintxurizketa, todo cambia. De pronto empieza a soplar un viento seco, que unido al sol, me hacen bajar el ritmo considerablemente. Es como si estuviera corriendo ante una boca de metro. Y eso que he ido bebiendo en cada avituallamiento. Afronto Gaintxurizketa con la sensación de ir con el depósito a menos de la mitad. Los ánimos de la gente, que te llama por tu nombre al ver el dorsal, son pequeñas bocanadas de aire fresco. Me adelanta gente, pero mantengo el tipo.  Bebo en el avituallamiento, tomo naranjas que me da la gente, a ver si me refresco, Pero nada. Dejo de darle al “lap” del cronómetro. Me guío solo por sensaciones.

Ni cuesta abajo voy bien

Espero que al llegar a los toboganes de Lezo la sensación de estar entrando en la “boca de metro” desaparezca, o al menos se reduzca. Sin embargo, tan pronto como llego a la primera bajada, me doy cuenta de que ni cuesta abajo voy bien. Empiezo a oír su música, la música heavy del pirata que desde su furgoneta nos anima año tras año ondeando su bandera con la calavera. En este tramo de la carrera, en caso de ir bien, o a un ritmo más o menos bueno, ya se forma un grupo en el que te integras. Esta vez, en cambio, no me uno a ningún grupo de gente. Me adelantan mucho más de lo que adelanto yo. Llegó a Lezo en más de 50 minutos. Espero que al llegar a Pasaia, después de tantos toboganes, pueda coger un ritmo constante. Mi gozo en un pozo. Noto mucho calor. El viento sur sigue haciendo estragos. Veo a bastantes corredores abandonando, o parados. El tramo de Pasaia, con mucha menos gente, se me hace pesado. Seguimos igual: me adelantan mucho más de lo que adelanto. En ese momento también me adelanta la liebre de 1:25, cuyo ritmo no puedo seguir. Bueno, de hecho ni siquiera lo intento, porque la pájara es considerable.

Los pies me arden
En las carreras de fondo como la Behobia, la fuerza mental es tan importante como la preparación física. Al igual que la maratón, también es una prueba mental, porque no son 20km al uso, sus casi constantes subidas y bajadas la hacen bastante más dura que una media. Asimismo, correr en asfalto es bastante peor para las rodillas que hacerlo en monte.
Así que en el trecho de Pasaia trato de pensar en positivo, de abstraerme y visualizar cosas agradables. Pero me es difícil: hace calor, los pies me arden (y eso que no estamos en el Sahara), voy a un ritmo inusual, por los 4:30, las piernas van como dormidas. Maldigo las series de 1km y 400 que he hecho estas últimas semanas en la pista de atletismo de Hernani. Me las podía haber ahorrado, e igual el resultado habría sido mejor. Me gusta entrenar. Salgo a correr dos días por semana durante todo el año. Pero las series me aburren. De hecho, hace dos años, cuando hice mi mejor Behobia, no hice series, si bien también es cierto que ese año corrí la maratón de Barcelona en Marzo, y ese fondo de armario me sirvió para todo el año. Con todo, no puedo dejar que los pensamientos negativos se impongan. Entonces empiezo a relativizar, ey, Beñat, vas bien de caja, de pulmones. Y para andar bien con calor tienes que haber entrenado en estas condiciones. En el avituallamiento me paro y bebo un vaso de agua.


Llegando al Arzak
Los txistularis en Trintxerpe nos avisan de que ya queda poco. Subo el alto de Miracruz con poca energía. Confío en que al llegar al Arzak, pueda echar el resto y aumentar el ritmo. Lo intento, empiezo a ir un poco más rápido. Mejoro algo. Sin embargo, al llegar al falso llano de la Avenida de Navarra, vuelvo a bajar el pistón. Mi amiga María (esa chica tan guapa y especial que…) me ha dicho que estará en la Avenida de la Zurriola viéndome. Su hermana y su cuñado también han salido en la Behobia. La busco con la mirada. Le quiero dar un beso por estar ahí. Nada. De pronto, oigo un “Beñat, animooo! Reconozco su cálida voz, y miro para atrás. Pero no la veo. Luego la besaré, me digo. Sus ánimos me hacen acelerar. Estamos en el último kilómetro, aprieto un poco.  Llegó al Boulevard y paro el reloj en 1:30, bastante por encima de lo que tenía pensado. A decir verdad, esta edición de la Behobia, por el calor que ha hecho, ha sido la más dura de todas las que he corrido, con diferencia. De hecho, en mis dos maratones, en Donostia (3:10)  y Barcelona (3:05), tuve la sensación de haber sufrido menos. He ido bien de caja, he ido bien de piernas, pero es como si tuviera los músculos paralizados. ¿Será que nuestro instinto de supervivencia le dice al cerebro que con ese calor no se puede forzar y deja de enviar oxígeno a los músculos?

Tras quitarnos el chip y recuperar el aliento, me bebo el Gatorade que nos dan de trago, y a continuación hago lo propio con el agua Insalus. Empiezo a oír los comentarios de otros corredores: “Qué calor”, “no me he encontrado bien en ningún momento”, “no tenía fuerzas ni para esprintar”…

Tengo ganas de estar con mis hijos, que me esperan con mis padres en la Plaza de Gipuzkoa. Espero, pero no están. Cojo la bolsa y me seco con la toalla, pero sigo sudando. Al cabo de 20 minutos aparecen. Abrazo a mi niña y mi niño.
-Zer moduz egin duzu, aita? –me pregunta mi hija, al tiempo que me da un dibujo hecho por ella.
-Bueno, ez oso ondo. Kristoren beroa pasa det.
-Aita, irabazi duzu –me dice mi hijo.
-Irabazi?
-Bai, domina eman dizute. Jarri ezazu…
-Egia da maitia –le contesto colgándome la medalla- Irabazi egin dut.